Los avances tecnológicos de
los que disponemos han puesto el mundo boca arriba. Ya no hay casi nada que no
esté al alcance de uno que se maneje bien entre las teclas de un ordenador
conectado a internet.
Son muchas las cosas malas
que se pueden hacer gracias a esto, pero son muchas más las buenas. Una de las
mejores es la transmisión de la cultura como muchos no podíamos imaginar.
A mí, que aún me parece un
milagro el funcionamiento de un fax, me admira cómo se han llegado a crear librerías
virtuales y cómo gracias a estas, millones de personas de cualquier lugar del
planeta hacen clic y descargan un libro de 500 páginas en un aparatillo del
tamaño de un cuaderno pequeño, en el que pueden almacenar centenares o miles de
libros. Y yo soy uno de los que se benefician, pues leo y publico en formato
digital.
INTERACCIÓN. Esta palabra, que el diccionario vierte como “Acción que se ejerce recíprocamente entre dos o más objetos, agentes, fuerzas, funciones, etcétera.”, se ha ido poniendo más y más de moda a medida que el progreso científico y tecnológico acercaba personas o cosas como antes resultaba impensable.
Hablando de esto y de la
pasión por la escritura que me invade, hasta no hace demasiado tiempo era muy
difícil unir la opinión de un lector anónimo sobre tal o cual obra literaria con
el autor de la misma… Bueno, si se trata de uno de los grandes nombres de la
literatura, creo que no ha cambiado mucho eso.
No me imagino a Ildefonso
Falcones pendiente de los pésimos comentarios que se le acumulan en Amazon como
consecuencia, no de su trabajo en sí, que es más que respetable y de una gran
calidad como yo mismo he comprobado con La catedral del mar, sino del absurdo
precio que tiene su última novela en formato electrónico. Hay quien piensa que
tales increíbles precios son una maniobra para que los lectores compren en
papel, que es donde las editoriales hacen su negocio. Pero esto es otro cantar.
El asunto sobre el que estoy
reflexionando son los comentarios de lectores que Amazon permite añadir al
historial del libro que sea. Para el señor Falcones resultará intrascendente esta
cuestión, pues venderá miles y miles de libros en papel, alcanzará los
titulillos de “Novela del año”, “Tantas ediciones agotadas”, etcétera, y lo que
venda en la plataforma electrónica será pura anécdota.
Pero no es lo mismo en el
caso de los escritores independientes, cuyo escaparate es
precisamente la dichosa empresa digital. Para nosotros, los comentarios que se
cuelgan ahí son de suma importancia, ya que son el único baremo que tiene el
siguiente lector para decidir si hace clic o "cloc"… En teoría, porque eso es
absolutamente manipulable, como desgraciadamente sabemos muchos que hemos visto
como el gigante elimina buenos comentarios cuando le parece bien o no acepta
aquellos que hacen quienes comparten apellido o quién sabe por qué otras
razones que jamás explican, aunque tengan verificadas sus compras y, por tanto,
derecho a opinar. Luego están aquellos que descargan la parte gratuita del
libro o el libro completo, empiezan a leer, lo devuelven sin terminarlo y
opinan.
Imagina a supuestos lectores
con mala baba. Digo y recalco “supuestos”, porque no entiendo bien la razón que
lleva a alguien a ocultar su verdadera identidad cuando hace una mala crítica.
Todos los que estamos en este mundillo sabemos lo retorcidos que pueden llegar
a ser algunos lectores, incluso algunos escritores, sobre todo cuando ven a alguien
ascender en el ranking (que resulta ser una chorrada sin demasiado rigor
científico, pues ahora estás en el puesto 3000 y a la hora siguiente alcanzas el Top 100 con una sola venta, incluso con ninguna).
Los autores independientes tenemos una virtud: es posible que el lector se ponga directamente en contacto con
nosotros. Puede ser mediante un blog abierto, como este. O por el sitio web
personal donde, como ocurre en mi caso, se muestra con claridad una dirección
electrónica directa. También están las redes sociales, con contactos
permanentemente visibles para quien desee establecer comunicación.
Y dije y recalco “mala baba”
porque este tipo de personas, cuya amargura y estreñimiento les lleva a
esconderse justo después de lanzar una pedrada contra el trabajo de los demás,
prefieren utilizar la posibilidad que ofrece Amazon para expresar opiniones
sabiendo que nadie comprobará su identidad y siendo conscientes de la nula
posibilidad de réplica que tiene el autor, dejándonos huérfanos de un debate
que sería muy útil. Menos mal que son minoría.
Quiero dejar claro mi
profundo respeto hacia las opiniones de mis lectores. No soy tan buen escritor
como para merecer 5 estrellas de parte de cada uno de los más de 2000 que han
descargado mi novela por los cauces legales más otros dos o tres mil que lo han
hecho con un parche en el ojo y tecleando con la punta del garfio. De hecho, de
muchos de esos comentarios es posible aprender, como ha ocurrido en mi caso.
Además, me considero suficientemente inteligente como para distinguir una mala
crítica de una crítica amarga.
De modo que, conscientes como
somos de la indefensión que tenemos ante la losa que supone cosechar una
estrella, quiero pedir a todos los lectores de los autores independientes dos cosas, y
lo hago “por favor”:
- Si leíste un libro y te
gustó, regresa y deja tu comentario. Dicen que si una novia tuvo tiempo de
escribir 200 invitaciones de boda, sería lógico que hallase tiempo para
escribir 163 tarjetas de agradecimiento por otros tantos regalos.
- Y si leíste el libro y no te
gustó, regresa y deja tu comentario. Pero no digas “me parece una mierda” y ya
está. Convierte tu crítica en algo productivo. Ponte en contacto con el autor
por los medios que tienes a tu alcance y explícale “por qué” no te gustó,
aceptando la posibilidad de réplica y sabiendo que agradecerá tu valentía.
Sobre todo, no olvides que la cortesía es como una almohadilla; no tiene nada
dentro, pero amortigua los golpes de la vida.
Así lo pienso y así lo
escribo.